domingo, 18 de octubre de 2009

Palermo Soho

Palermo Soho

Corazón de manzana en Palermo allí donde América se abraza: Paraguay, El Salvador, Honduras, Costa Rica.
Dos alemanes conversan y se fotografían frente al lugar donde vivió Borges, su espíritu queda atrapado 5.6 megapixels. La casa ya no existe, ni la palmera se salvó, sólo la referencia al lugar en una placa de cerámica marrón La casa: demolida claro. En su lugar “Maldito frizz” sincero nombre para peluquería, perdón, coiffeur. Dany, el dueño uruguayo, fuma en la vereda mientras su hijo corta a una pulposa cuarentona, toda de plástico y botox.
Dos torres avanzan, insolentes, sobre las casas bajas, edificios tan vistosos como impersonales crecen hacia el cielo. En construcción, son como una mujer sin maquillaje, todo está allí, a la vista, materiales baratos, obreros en negro. Después vendrá el, make up : las amenities el Spa, claro, como no poner alguna palabra en inglés en pleno Palermo Soho. Barrio prolífico si los hay , ahora resulta que Villa Crespo es Palermo Queens, cosas del marketing. En la esquina de Paraguay y Borges Bar “El Pingüino” resiste el tsunami de nombres estrambóticos, simple bar de barrio, sus mesas y sillas de madera son refugio de solitarios, aula de español para turistas, confesionario. Una pareja entrelaza sus manos, se miran, se aman. Dos mozos como los de antes, sin libreta, de saco y moño, levantan los pedidos, un “lo de siempre” se repite, bar de barrio, bar de años. Parrillada, cuatro adolescentes europeos del Hostel la devoran en minutos. Internet de ojito, señal “prestada” por el local vecino. Bar de barrio, refugio urbano, crónica tv y sus placas rojas, el partido, la hinchada. “El señor y su amante” desliza Alfredo, mozo desde hace 30 años. Plantas de plástico y de las otras. Tres cuadros horribles, café con leche, medialunas y el diario: placer sin límites.
Sexto A, ventana a la cocina, una mesada de fórmica, una mesa y la heladera tapizada de imanes de deliverys. Vecino cincuentón, atérmico, algo pelado de generosa panza, siempre con el torso desnudo, verano o invierno, no importa. La camisa es anticipo de fiesta, no falla nunca, al rato una morena en sus brazos, va hacia la heladera asoma una botella de champagne. Abrazos, besos en la boca y en el cuello, pasión de jueves a la noche, blusa desatada, pechos de ébano. Ritual semanal, la camisa negra que anticipa el rubro 59, sólo cambia de pareja, todas morenas. Encuentro en el ascensor “ mirá es como vos”, referencia al labrador negro que mueve la cola, la chica, enfundada en ajustado pantalón rojo, blusa negra y gastadas sandalias doradas sonríe forzada: vergüenza ajena, oyente del Babi por Radio 10, típico chanta porteño.

Un piso arriba: cortinas cerradas, velo misterioso, historias ocultas. Se escucha el ascensor, la puerta se abre, se oyen tacos, es medianoche, la noche se enciende.
En la terraza de encargado una mesa de latón circular naranja y sillas ad hoc, calzoncillos, camisas y pantalones Ombú cuelgan de la soga para secar la ropa, la parrilla símil ladrillo está de asueto hasta el domingo, una pelota de fútbol, camiseta de Boca en la mesa, un canario enjaulado que canta o pide a agritos su libertad. Un par de macetas grises, plantas escuálidas elementos de limpieza.
Noche de brujas, una escoba espera que la lleven a volar por la noche de Buenos Aires.