jueves, 2 de agosto de 2007

Imágenes de teatro

Caleidoscopio Urbano

Cada mañana, me asomo a la ventana para cumplir con el ritual atávico de mirar el cielo en el intento de descubrir qué me deparará el tiempo. Desde allí, como en un caleidoscopio de luces y sombras que dibuja distintas figuras, la realidad se transforma.

En la ventana vecina, patio de luz de por medio, Ford y Chevrolet -eternos rivales- conviven junto a Camel y el escudo xeneize. Peor aún debe ser la convivencia entre esos dos adolescentes varones y su madre en un monoambiente. Un piso arriba, una planta agoniza en maceta de plástico.

Gira el caleidoscopio. Aparece una calle. Puestos de artesanos, alineados uno tras otro, muestran la producción de la semana: cinturones, velas aromáticas, anillos, colgantes, comparten la plaza junto a las gitanas. “Cepillo”, can vagabundo, fiel a su nombre es lo mas parecido a un viejo escobillon, de carácter esquivo, es, sin lugar a dudas, el personaje del barrio, compañero inseparable de un hombre sin techo -siempre he tenido la sospecha que comparten el mismo peluquero-.
Bar “El Taller”, agora psi donde Lacan, Freud y Derrida comparten cartel con Carmen Tarotista y cursos sobre la obra de Cortazar. En una mesa pegada a la ventana, un cincuentón explica a dos chicas El mundo de las ideas. Platon y medialunas, todo junto y por el mismo precio. Al lado, el puesto de diarios, atendido por Alicia, señora de hablar pausado como todos los santiagueños, ámbito democrático donde conviven Info Bae, Pagina, Nación y un colorido surtido de revistas del espectáculo con llamativas chicas, en implacables fotografías con flash de relleno, que desvían la mirada de todo hombre que se precie.
El turco arrima su carromato de madera repleto de antigüedades y no tanto, una pareja de alemanes posa junto a él y ese desprendimiento del mercado Dorrego con botellas de “Bidu Cola”, un viejo reloj taxímetro, contemporáneo de Rolando Rivas y la infaltable foto de Gardel, la nostalgia queda atrapada en 5.1 megapixels.

Fin de semana, decenas de personas transitan por la plaza, miran, tocan la ropa colgada a lo largo de los puestos que invaden la vereda, tsunami textil que no perdonó ni a “La Placita”, típico restaurante del barrio. Cae la tarde y en los locales, encandilantes cuarzos transforman los percheros en reflejos tornasolados, todo se viste de plateado, una nueva noche comienza.